Autor
Roberta Bacic with thanks to Clem McCartney

La gente protesta por muchas razones, pero frecuentemente lo hace porque tiene que hacer frente a situaciones a las que hay que dar una respuesta y oponerse. La realidad que tenemos delante –sea la nuestra propia o la de otras personas– nos empuja a intentar cambiar lo que estamos padeciendo o presenciando. Sin embargo, es fácil que se nos olvide valorar seriamente las posibles consecuencias de esta elección. Mientras que las consecuencias positivas normalmente dan fuerza para actuar, las negativas pueden quitarnos esas fuerzas. Tenemos que pensar en ambas por adelantado para prepararnos para dar los siguientes pasos, pero sobre todo para que no nos sorprendan y acabar padeciendo un gran estrés.

Consecuencias de tomar una postura de resistencia

Cuando tomamos una postura de resistencia, puede que tengamos que ponernos en situaciones límite e incluso en peligro. Si esto ocurre, las consecuencias negativas serán prácticamente inevitables y muy probablemente el miedo aflorará a la superficie como respuesta. En situaciones de inseguridad y angustia, nos encontraremos alguno de estos sentimientos: miedo a la detención, miedo a ser objeto de una denuncia, miedo a recibir tortura, miedo de que nos pillen en una reunión ilegal, miedo a que nos traicionen, miedo a que otra vez no alcancemos nuestro objetivo, etc. Necesitamos saber qué hacer para evitar estas consecuencias o cómo superarlas cuando aparecen.

Tres elementos básicos pueden ayudarnos a seguir en marcha frente al miedo: la confianza y solidaridad del resto de activistas de nuestro movimiento, un buen entrenamiento, y la preparación y evaluación emocional.

Algunas de las consecuencias para las que hay que prepararse

Cuando pensamos en experiencias traumáticas, enseguida pensamos en las consecuencias físicas, como los malos tratos, detenciones, palizas, o violaciones de nuestros derechos humanos. Este riesgo es mayor en unas sociedades que en otras. Así, las personas que protestan en estados muy militaristas y autoritarios son especialmente vulnerables, pero lo normal es que todo el mundo sienta algo de ansiedad y miedo, y al menos esté preocupado por el riesgo de dolor o malestar físico.

Estos miedos pueden paralizarnos, pero ignorarlos no es bueno. Si no nos preparamos, nuestras reacciones naturales en una situación pueden de hecho causar un daño mayor. Por ejemplo, cuando nos encontramos con la policía antidisturbios, podemos sentir el impulso de correr, pero si empezamos a correr, perdemos el control y nuestros adversarios pueden estar tentados de atacarnos en ese momento. La preparación, tanto racionalmente, emocionalmente y prácticamente, es por tanto muy importante, y el entrenamiento en el control del miedo es muy útil.

La fuerza de hacer pública nuestra postura

La gente que está involucrada en el cambio social debe ser consciente de que ha decidido posicionarse fuera de la opinión convencional. No es tan difícil compartir nuestros sentimientos en privado con quienes comparten nuestros puntos de vista —aunque puede preocuparnos la posibilidad de que nos traicionen, pero hacer pública nuestra opinión es más difícil. Nos estamos posicionando no sólo contra el estado sino también contra las actitudes sociales más comunes. La auténtica razón para protestar es cuestionar esas costumbres, pero saber esto no nos lo pone más fácil: nos estamos poniendo al descubierto. Pensemos en las Mujeres de Negro de Israel, que simplemente se quedaban quietas como testigos silenciosos de lo que no podían aceptar en su sociedad. Esta clase de testimonio se ha usado en Serbia, Colombia y en otros lugares. La solidaridad es muy importante en estas situaciones, al igual que crear un espacio donde podamos airear y gestionar nuestros sentimientos. Incluso las personas que parecen muy seguras de sí mismas tendrán preocupaciones que necesitarán reconocer y gestionar.

Prepararse para hacer frente a la angustia

Otros riesgos y consecuencias pueden ser más sutiles en comparación, pero por eso mismo pueden ser más angustiosos. Podemos sufrir faltas de respeto y humillaciones, o ser objeto de burla e insulto por parte de espectadores o fuerzas del estado. De nuevo, vienen a la memoria las Mujeres de Negro, que padecieron los abusos de un público hostil que les escupía, pero ellas permanecieron en silencio y sin reaccionar. Acciones así pueden ser emocionalmente angustiosas para las personas que participan. Simular la situación de antemano mediante un juego de rol, puede ayudarnos a tener una mejor preparación emocional y a entender mejor las motivaciones (y el miedo) de nuestros adversarios. La solidaridad y la confianza en el resto de activistas de nuestro grupo son de nuevo importantes y en parte se construyen a través de estos ensayos. Menos angustioso emocionalmente, por ser menos inmediato, es la mala publicidad. La prensa, que puede difamarnos con toda clase de informaciones inexactas, puede cuestionar nuestra buena fe y nuestros motivos. Prepararnos para esta clase de humillaciones hace que cuando lleguen, sean más fáciles de superar.

Ponerse en el lugar de la otra persona

A veces puede que incluso busquemos la humillación como parte de la declaración que intentamos hacer, como cuando nos ponemos en la situación de la gente que estamos defendiendo. Por ejemplo, muchos grupos han hecho teatro de calle representando a prisioneros y guardias de Guantánamo. En este escenario afloran sentimientos imprevistos que les resultan difíciles de controlar a veces a las personas participantes. Los “prisioneros” pueden empezar a sentirse violados, mientras que los “guardias” sienten que se meten en el papel con demasiado entusiasmo o, por el contrario, sienten un sentimiento de repulsa. En cualquier caso, las personas participantes se pueden sentir deshonradas y contaminadas. Para hacer frente a estas posibilidades, tienen que prepararse para experimentar estas reacciones en sí mismas y hacer una valoración emocional cuidadosa posteriormente. Otro ejemplo son las protestas contra las granjas industriales en las que la gente participante usa su propio cuerpo para representar tajadas de carne. La reacción puede ser sentir mucho entusiasmo y liberación por tomar una postura de resistencia, o sentir preocupación al ver la situación en la que se han metido.

Hacer frente al desencanto

A veces tenemos algunos problemas antes y durante la protesta, pero el golpe real llega más tarde si creemos no haber tenido ningún efecto. Las grandes protestas contra la guerra de Iraq el 15 de Febrero del 2003 no pararon la guerra; los peores miedos del movimiento se hicieron realidad. No es extraño que mucha gente se sintiera frustrada y desencantada, y se preguntara si había valido la pena. Las personas activistas que ya han experimentado esto puede que no vuelvan a tomar parte en ninguna otra acción sobre este tema u otros al sentir que es algo inútil. ¿Qué se puede hacer para tratar este desencanto? Necesitamos ocasiones para reflexionar colectivamente sobre lo ocurrido y lo que podemos aprender de la experiencia, y necesitamos ajustar nuestras expectativas. Las protestas son importantes para mostrar nuestra fuerza, pero solamente las protestas no pararán una guerra.

Gestionar el éxito de nuestras acciones

Lo mismo que puede preocuparnos que una situación resulte ser peor de lo previsto, también puede ocurrir, paradójicamente, que nos cueste hacer frente a lo que a simple vista parece positivo. Por ejemplo, si las fuerzas de seguridad actúan con más humanidad de lo esperado o si las autoridades se muestran dialogantes y parecen más abiertas a considerar nuestras propuestas de lo que esperábamos. Esto puede tener un efecto desestabilizador si nos hemos blindado para la confrontación. ¿Qué pasa con toda la adrenalina acumulada en nuestros cuerpos? ¿Cómo afectan estos acontecimientos a nuestro análisis de la realidad? ¿Tenemos que tener más confianza en el sistema? ¿O nos han embaucado con dulces palabras? Nuestro movimiento puede conseguir más solidaridad cuando hace frente a una dura oposición y puede fracturarse cuando esto no se hace realidad. Por lo tanto, necesitamos estar a punto para saber qué respuestas pueden ser más efectivas y probar lo que se puede hacer. De esta manera, seremos más capaces de valorar la situación colectivamente y actuar adecuadamente.

Cuando los niveles de agresividad aumentan

Muchas personas nos hemos quedado en estado de conmoción ante la agresividad que a veces aflora durante una protesta noviolenta. Y no sólo por parte de nuestros adversarios. Por ejemplo, pueden levantarse olas de agresividad cuando nos maltratan las autoridades. Incluso si no reaccionamos, este sentimiento nos hace sentir incomodidad y duda. Puede que otras personas en la protesta empiecen a provocar disturbios, y tenemos que ser capaces de encontrar una respuesta apropiada. ¿Nos unimos a ellas, abandonamos, o nos mantenemos en nuestras convicciones continuando la protesta de manera noviolenta? Estas situaciones dejan poco tiempo para pensar, así que necesitamos considerar las posibilidades por adelantado. Hay que tener claras las alternativas para que se puedan tomar decisiones tranquilas.

Contextos diferentes

La protesta puede darse en el norte global, en estados y culturas que se consideran liberales y democráticas, o bajo un régimen autoritario. No podemos asumir que la protesta será más fácil en democracias liberales, pues algunos de estos estados pueden ser muy duros en su forma de reaccionar ante la protesta.

Otros factores pueden determinar el potencial de la protesta y sus límites. Por ejemplo, si la sociedad es abierta o cerrada. En una sociedad cerrada los riesgos son mayores porque las personas disidentes pueden ser desaparecidas, y hay poca posibilidad de establecer responsabilidades. Puede que haya un sistema judicial independiente del gobierno, que actúe como control de las violaciones de derechos humanos. La cultura de una sociedad es también un factor importante ya que puede valorar positivamente la conformidad y el respeto por la autoridad. Una sociedad puede sentirse débil y vulnerable a las presiones de la modernidad o a la influencia de otros estados. En estos casos, cualquier forma de protesta puede ser vista como desleal y destructiva.

Si nos preparamos para la mezcla de emociones y reacciones que pueden aparecer en nuestra protesta, fomentamos la solidaridad con el resto de participantes de nuestro grupo o movimiento, y analizamos y nos informamos de las consecuencias de nuestras acciones, estamos en mejor disposición para continuar la lucha por una sociedad mejor, aun sabiendo que esto no se conseguirá mientras vivamos, si es que se consigue algún día.

Sin embargo, si no nos preparamos bien y no hacemos frente bien a las consecuencias, podemos acabar sin haber ayudado a nadie, ni siquiera a nosotros y a nosotras mismas. Nos podemos desanimar y tirar la toalla, o implementar otro tipo de estrategias que pueden ser contraproducentes, como la política convencional o el uso de la fuerza. También podemos meternos en un círculo de protesta por sí misma sin ningún sentido estratégico. Puede parecer desde fuera que estamos todavía con un alto grado de compromiso por el cambio social, y otras personas puede que admiren nuestra perseverancia, pero habremos perdido el objetivo por el que gastamos tanta energía. Nuestra ineficacia y falta de objetivos pueden incluso desanimar a otras personas. Si –como creo– tenemos la obligación de protestar, también tenemos la obligación de prepararnos bien: de identificar los riesgos para nuestra salud física y emocional, y de dar pasos para asegurarnos de que podemos superar estos riesgos y continuar la lucha de una manera positiva y efectiva, siendo fieles a nuestros ideales.