Si miras a la historia de tu país y encuentras ejemplos de acciones noviolentas: manifestaciones, huelgas, boicots y otras formas de no colaboración popular. Las causas serán variadas: derechos de la clase trabajadora y el campesinado, abolición de la esclavitud, derecho de sufragio para la mujeres o la gente sin propiedades, igualdad racial y de casta, contra la impunidad política, o acabar con una ocupación. Sin embargo, hasta el siglo XX —y en concreto, hasta las campañas de Mohandas Gandhi en Sudáfrica y la India— la acción noviolenta no fue considerada ampliamente como una estrategia consciente para la transformación social.
Gandhi estaba convencido de que la noviolencia tenía un poder especial, por sus efectos tanto en las personas que luchaban como en sus adversarios. Él vio que la solidaridad social podía derrotar a cualquier intento de dominar, explotar u oprimir a una población. También creía que no era suficiente con oponerse y culpar al adversario, sino que la gente debía examinar su propio comportamiento. La libertad y la justicia deben ser las bases sobre las que un movimiento se construya a sí mismo. Gandhi no fue el primero en observar que quienes gobiernan dependen de la colaboración de quienes son gobernados, pero colocó este hecho en el centro de sus estrategias de resistencia civil. Fue variando sus “Experimentos con la Verdad” a lo largo del tiempo, y no fue el pensador más sistemático en el terrenos de la noviolencia. Sin embargo, sí que insistió en ciertas cuestiones fundamentales.
- Las campañas deben mantener una disciplina noviolenta;
- Los Programas Constructivos para abordar problemas tienen una importancia central.
En la India, Gandhi extendió este Programa Constructivo (ver pXXXX) hasta incluir la reducción de las hostilidades interreligiosas, hacer frente a la discriminación de género o casta, disminuir el analfabetismo y la falta de cultura de higiene, fomentar la autosuficiencia en la alimentación, y el hilado de la ropa.
El ejemplo de la lucha por la independencia de la India tuvo una fuerte influencia en movimientos posteriores contra el colonialismo y la discriminación racial, sobre todo en África y EEUU, y generó las primeras investigaciones sobre la naturaleza de la efectividad de la resistencia noviolenta. Más de sesenta años después, el activismo noviolento sigue “experimentado con la verdad”: muchos movimientos han adoptado los métodos de la resistencia noviolenta y florece la investigación en la efectividad de la resistencia noviolenta.
Hacer frente a la opresión
El estilo de la resistencia noviolenta cambia mucho según el contexto. Desde que se acuñó la expresión “poder popular” cuando fue derribado el régimen de Marcos en Filipinas en 1986, y sobre todo desde la caída de Milosevic en Serbia en 2000, algunos observadores han hablado de una “plantilla de acción” de la acción noviolenta popular que derriba un régimen corrupto y autoritario que intenta ganar unas “elecciones” por medio de la fuerza y el fraude. Existen por supuesto similitudes entre la caída de Milosevic y las acciones de “poder popular” en otros lugares. De hecho, alguna gente en Serbia que utilizó la noviolencia creativamente contra Milosevic, han ayudado a asesorar y entrenar a grupos en circunstancias parecidas. De todos modos, las circunstancias cambian y cada movimiento tiene que analizar qué es lo que funcionará en su caso.
En los años 80 en Corea del Sur, y en Tailandia en 1992, las formas de protesta predominantemente noviolentas desempeñaron un papel importante en el derrocamiento de regímenes autoritarios o militares. La movilización de masas puede conducir a veces a éxitos más temporales que duraderos. Así, en Nepal, el impresionante movimiento que puso coto al poder arbitrario del rey y creó un gobierno parlamentario en 1990 tuvo que ser repetido en 2006 para volver a traer el sistema parlamentario. La experiencia de la resistencia popular noviolenta puede crear las bases para revivir la rebelión.
La protesta noviolenta, en términos de alcanzar metas limitadas, fue ampliamente adoptada en el antiguo bloque soviético desde los años 70, allí donde los y las activistas fueron fuertemente conscientes del peligro de intervención militar soviética. Las protestas más impresionantes ocurrieron en Polonia, donde intelectuales y trabajadores hicieron causa común en los años 70 y se logró materializar reivindicaciones económicas mediante grandes huelgas. El movimiento “Solidaridad”, que había empezado en los astilleros de Gdansk en 1980, se ganó el apoyo de todos los sectores de la sociedad y las simpatías de alguna gente del aparato del Partido Comunista, pero a pesar de sus “limitadas” reivindicaciones de libertad sindical, fue considerado como una amenaza por el liderazgo soviético, lo que condujo a la ley marcial en diciembre de 1981. Durante un tiempo, la organización “Solidaridad” pasó a la clandestinidad e impulsó formas de resistencia de perfil bajo, como por ejemplo boicots a las elecciones. Otros grupos más pequeños desarrollaron una resistencia más abierta, especialmente Wolnoœæ i Pokój (Libertad y Paz), que organizó imaginativas y a menudo ingeniosas manifestaciones (principalmente de estudiantes y gente joven) a finales de los 80, y utilizó contactos con los grupos pacifistas y los medios occidentales para conseguir algo de protección ante el régimen opresor. Entonces, cuando la “perestroika” de Gorbachov dentro de la URSS alentó los deseos de cambio por toda Europa del Este, un “Solidaridad” resucitado negoció con el Partido Comunista y ganó las elecciones en junio de 1989. Allí donde los regímenes fueron intransigentes, como en Alemania del Este y Checoslovaquia, la rebelión noviolenta desde abajo (y el apoyo al cambio desde Moscú) llevó al desmantelamiento del Muro de Berlín y la “revolución de terciopelo”.
Las revoluciones de Europa del Este en 1989 alentaron el desacuerdo interno en el interior de la URSS, sobre todo en las repúblicas bálticas, donde las protestas ya habían empezado y la resistencia popular noviolenta complementó las demandas de independencia de los gobiernos nacionalistas en 1990-91. Los rápidos cambios en Europa del Este también tuvieron repercusiones en el África subsahariana, donde entre 1988 y 1993 tuvieron lugar acciones de base en forma de boicots, huelgas y manifestaciones masivas (combinadas con la presión política y económica occidental) que condujeron al final de los regímenes autocráticos de partido único en Malawi y Zambia, y en partes del África francófona, donde Benín fue pionero de estos cambios. Sin embargo, algunos movimientos importantes, por ejemplo contra el presidente Moi en Kenia y la campaña de “villes mortes” en Camerún, no consiguieron expulsar a sus presidentes en aquel momento, y otras campañas temporalmente exitosas fueron derrotadas. El movimiento por la igualdad democrática más prolongado de toda África fue la resistencia contra el apartheid, que tuvo forma noviolenta hasta 1960. El Congreso Nacional Africano rechazó entonces la noviolencia y creó un brazo armado, Umkhonto we Sizwe (la espada de la nación), que al principio tenía la intención (según Mandela) de minimizar el daño a las personas y maximizar los daños a las infraestructura del régimen. Después de la revuelta de los estudiantes de Soweto en 1976, en los años 80 se desarrolló un sindicalismo de masas y una resistencia comunitaria con algunos aspectos violentos, pero que usó básicamente huelgas, boicots y otros métodos noviolentos.
El problema de la opresión
Hay mucha gente escéptica sobre el poder de la noviolencia contra regímenes represores y afianzados, en los que cualquier resistencia abierta es susceptible de ser brutalmente aplastada. A pesar de ello, existen muchas formas de responder noviolentamente a la opresión.
En primer lugar, hay maneras de mantener viva la resistencia mediante formas de protesta simbólicas, de pequeña escala o indirectas (practicadas en Chile en los primeros 80 y otros lugares de América Latina, y en diversas fases en Europa del Este) y creando formas alternativas de organización para potenciar objetivos culturales y educativos (por ejemplo, la “universidad volante” en Polonia). Esta clase de iniciativas puede impulsar cambios sociales fundamentales. Además, formas más públicas de acción noviolenta (como por ejemplo las vigilias de las “Madres de los desaparecidos” en Argentina, ayunos públicos como en Bolivia en 1977-78, y diversas formas de huelga) tuvieron lugar en América Latina en los años 70 y 80 a pesar de la tortura, las desapariciones y los escuadrones de la muerte, y desembocaron en huelgas generales y protestas masivas que ayudaron a acabar con la dictadura en Bolivia, Brasil y Uruguay.
Segundo, cuando se generaliza la indignación popular, la rebelión abierta y sin armas se hace posible y en determinadas circunstancias, como en Irán en 1977-79, puede lograr derribar el régimen a pesar del asesinato de miles de personas. Una opresión brutal puede aplastar una rebelión noviolenta inmediata, pero aún así ésta puede dejar un importante legado de experiencia y organización. Por ejemplo, la revuelta de 1988 en Birmania condujo a la formación de la “Liga Nacional por la Democracia”, la cual, bajo el liderazgo simbólico de Aung San Suu Kyi, se presentó a las elecciones y las ganó en 1990. Posteriormente, fueron encarceladas muchas personas y el régimen militar continuó en el poder. Sin embargo, incluso cuando un régimen aplasta la resistencia pública –como cuando el ejército birmano derrotó a la revuelta de 2007 liderada por monjes budistas— puede pensar que es políticamente ventajoso hacer concesiones posteriormente. Así, en 2010, el régimen puso en libertad a Suu Kyi, y en 2012 permitió que la Liga Nacional concurriera a las elecciones donde se repartían 48 escaños parlamentarios. Un factor clave aquí fue el boicot económico occidental (reclamado por la oposición de Suu Kyi) y la reticencia del régimen a ser demasiado dependiente de China.
En tercer lugar, la presión internacional ejercida por grupos activistas, organismos internacionales y/o gobiernos nacionales frecuentemente ha desempeñado un papel importante en persuadir finalmente al régimen para que haga concesiones, como sucedió con la campaña contra el apartheid en Sudáfrica. Esta presión también fue importante para capacitar a la oposición chilena para hacer una campaña con éxito por el “no” en el plebiscito de 1988, diseñado para renovar la presidencia del general Pinochet.
Hemos puesto el énfasis en los movimientos nacionales de resistencia a formas represivas de gobierno, pero incluso en sociedades democráticas “libres” persisten muchas formas de violencia cultural y estructural, como por ejemplo la discriminación y la pobreza, y los estados siguen desplegando arsenales militares destructivos (incluso en algunos casos armas nucleares), lo cual es cuestionado por grupos activistas con medios noviolentos. En las últimas décadas, un amplio abanico de movimientos sociales contra la discriminación, la injusticia económica, la guerra y las agresiones al medioambiente ha empleado innovadoras y estimulantes formas de acción noviolenta.
¿Resistencia noviolenta o sin armas?
Bajo el término “resistencia noviolenta” (o a veces, “resistencia civil”), se ha incorporado a la literatura una gran variedad de protestas populares. Su característica común es que se han basado principalmente en la protesta simbólica, en formas de no colaboración o en la intervención noviolenta. Algunos movimientos habitualmente descritos como “noviolentos”, han hecho uso sin embargo de la violencia defensiva (como en la Plaza Tahrir en El Cairo, en enero de 2011), o incluso de frecuentes lanzamientos de piedras (como en la primera Intifada palestina de 1987-92). Hay una gradación continua entre:
- La clase de compromiso moral e interpretación de la noviolencia adoptado por Gandhi.
- Un compromiso político y estratégico muy consciente de evitar la violencia como en general en Europa del Este en los años 80.
- La disposición a usar métodos esencialmente noviolentos (y evitar el conflicto armado), pero la ausencia de compromiso para evitar la violencia física de bajo nivel que se observa en muchos movimientos.
Por tanto es posible distinguir entre “resistencia noviolenta” (cuando existe un intento organizado de evitar la violencia por motivos morales y/o estratégicos) y “resistencia sin armas”, que renuncia a las pistolas y a las bombas. Pero dentro de un movimiento dado pueden existir diferentes actitudes hacia la noviolencia: la mayoría de las personas que participaron en las campañas de Gandhi no compartían su filosofía de la noviolencia como filosofía de vida y, en el mejor de los casos, consideraban la noviolencia como una buena estrategia para lograr sus objetivos de campaña. Allí donde los movimientos de bajo nivel de violencia física son bastante comunes, puede existir un grupo comprometido con estrictos métodos noviolentos, como sucedió en la Intifada.
Hay otra diferencia cualitativa entre la lucha armada y la lucha sin armas. Aunque el recurso a la violencia es comprensible a veces cuando se sufre una opresión extrema, no es en absoluto ninguna “solución rápida”. Si la lucha armada es capaz de movilizar un amplio apoyo popular (y combinarse con formas de resistencia sin armas), entonces puede tener éxito, como en Nicaragua en los años 70. Sin embargo, también puede suceder que los grupos armados se separen de la población, y es sabido que en ocasiones han recurrido a la extorsión y el secuestro para mantenerse, o incluso han abusado de la gente normal, como en Colombia. Allí donde la población está dividida por cuestiones étnicas o religiosas, el cambio de la lucha sin armas a la lucha armada puede acabar en guerra civil, como sucedió en dos países envueltos en la “Primavera Árabe” en 2011. En Libia, donde tuvieron lugar al principio protestas noviolentas y deserciones en el interior del régimen antes de que el conflicto se convirtiera en una guerra civil, y en Siria, donde una impresionante campaña de resistencia sin armas de seis meses de duración fue marginalizada por una compleja guerra totalmente destructiva entre grupos enfrentados ideológica y religiosamente. A veces, la superior capacidad militar del régimen y las enormes bajas provocadas por el combate hacen insostenible una resistencia armada significativa. Es llamativo que algunas luchas guerrilleras se hayan orientado hacia la resistencia sin armas, como en Timor Este en 1991-99.
La función de los y las pacifistas
Nosotros y nosotras, en la IRG, asumimos la noviolencia como una cuestión de principios. Reconocemos que este compromiso nos convierte en minoría y nos obliga a trabajar con gente que no necesariamente comparte nuestros principios pacifistas. Queremos ir más allá de la retórica o de las tácticas de efectos a corto plazo para desarrollar formas de noviolencia activa que cuestionen los sistemas opresivos y conduzcan al desarrollo de alternativas. Esto supone que tenemos que plantear objetivos que convenzan a un sector de población más amplio no sólo el de pacifistas o antimilitaristas, y también usar métodos y formas de organización que sean atractivas para personas que no necesariamente tienen una filosofía pacifista.
Precisamente porque los y las pacifistas nos negamos a usar la violencia para conseguir nuestros objetivos, necesitamos invertir nuestra energía creativa en desarrollar alternativas noviolentas. Históricamente, el pacifismo ha jugado un papel vital e innovador en los movimientos sociales, desarrollando métodos noviolentos de acción tanto a nivel de tácticas como de formas de organización. Por ejemplo, la primera “marcha por la libertad” contra la segregación racial en la década de los 40 en los Estados Unidos, fue una iniciativa pacifista, al igual que lo fue la acción noviolenta británica contra las armas nucleares en los años 50. El uso creativo de la noviolencia de estos grupos abrió espacios para un uso mucho más generalizado de la noviolencia por parte de los movimientos de masas que vinieron después. Desde los años 60, los grupos pacifistas han introducido los entrenamientos de noviolencia, al principio para preparar a las personas activistas para el tipo de violencia que se pueden encontrar en las acciones. Posteriormente el entrenamiento noviolento ha jugado un papel esencial en el impulso de formas más participativas de organización de movimientos.
Gandhi y Martin Luther King Jr. se convirtieron en figuras tan importantes dentro de sus propios movimientos, que algunas personas tienen la impresión de que el éxito de la noviolencia depende de contar con unos líderes «carismáticos». Sin embargo, para nosotros y nosotras en la IRG, la acción noviolenta es una fuente de fortalecimiento social que potencia las capacidades de todas las personas participantes, sin depender de líderes sobrehumanos. Por ello, hemos abogado por formas más participativas en la toma de decisiones, hemos promovido la adopción de formas de organización basadas en grupos de afinidad, y hemos ampliado la formación en noviolencia hasta incluir herramientas de valoración y desarrollo de estrategias participativas.
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